martes, 22 de abril de 2014

El gurú








Me encontraba yo el otro día dándole vueltas a varios temas para una nueva entrada, sin encontrar nada que me convenciera del todo y con el temor de tener que dar el blog por finiquitado tras haberme quedado sin ideas, cuando, por casualidad, un post tomó vida propia en mi cabeza después de pinchar en este enlace que encontré en Facebook: http://www.lavanguardia.com/vida/20100331/53900236179/carlos-gonzalez-los-ninos-que-duermen-con-sus-padres-tienen-menos-problemas.html
Sí, el gran Carlos González! El gurú que ha venido a abrirnos los ojos desde el más puro desinterés. Gratitud eterna al gran gurú.  Ja!
A nivel personal este señor reúne tres de las condiciones que más me repatean en una persona: me parece un tipo paternalista, antipático y redicho. Y sí, yo, como buena madre primeriza me he leído sus libros con devoción, casi casi subrayando pasajes en fosforito. Pero incluso entonces, en mi etapa de embarazo de color de rosa de conexión ultra especial con mi bebé y, después, en mi burbuja puérpera que me duró la friolera de dos años medio, ya me parecía un tío desagradable personalmente hablando.
De entrada puede parecer incoherente que, precisamente yo, que tengo un hijo de casi tres años que duerme en la cama familiar y que, teniendo unas muelas sobradamente preparadas para triturar filetes crudos de mamut salvaje, sigue tomando teta, vaya a rajar de este defensor a ultranza de la “crianza natural”. Pero es que hay cosas que son incompatibles con mi hígado: una es la sangría y, otra, los gurús vendemotos.
Resumiendo, Carlos González ha encontrado el secreto de la felicidad parental e hijil. Dice que para criar bien a un hijo se ha de compartir la mayor parte del tiempo con él. Bien. Lo que de entrada me chirría es lo de “criar bien” porque deduzco que si no pasas la mayor parte del tiempo con tu hijo estás “criando mal”. Ya empezamos con las lecciones. No hace falta ser una lumbrera para llegar a la conclusión que a los hijos hay que hacerles caso pero lo que parece que se le olvida a este señor es que la gente, en su inmensa mayoría, tiene la mala costumbre de comer todos los días, pagar el alquiler y vestirse. Y siento ser aguafiestas pero, para eso, tienes dos opciones: o eres hijo de un armador griego o trabajas y, francamente, no he hecho un trabajo científico de recopilación de datos así que igual estoy equivocada, pero diría que el porcentaje de armadores griegos en relación al total de la población mundial, muy muy elevado no tiene pinta de ser. Cuando el avispado periodista le hace notar este punto concreto, el buen doctor sale con que “en el fondo todo el mundo se puede permitir cuidar de sus hijos. Es cuestión de prioridades.” Así, con toda su boca de comer pan. Vamos que el tío que está cobrando gasolina, poniendo cafés o haciendo turnos en una fábrica por cuatro duros está tan desubicado que tiene que venir el gran gurú a mostrarle el camino.  Es que tiene tela. ¿Y eso de las prioridades? Porque a ver, yo no aspiro a vestirme en Valentino ni a viajar en primera clase pero, llamadme superficial, de vez en cuando necesito salir de las cuatro paredes de mi casa. Podría no trabajar, claro, pero no sé si mi hijo sería más feliz con una madre asqueada y desquiciada. Pero aun suponiendo que sí, que lo fuera, yo no lo sería. Y que yo sepa todavía no le he vendido mi alma al diablo así que lo siento pero sí, mis necesidades también cuentan, de modo que, hijo mío, tendremos que negociar, hoy por ti y mañana por mí. Que probablemente sean necesidades superficiales resultado de la sociedad que hemos creado pero, por suerte o por desgracia, es lo que me ha tocado vivir. Es muy fácil teorizar sobre lo natural y respetuoso que era tener hijos en Borneo durante la prehistoria pero yo qué sé, a mí me tocó el siglo XXI en la provincia de Barcelona, a ver si también me voy a tener que sentir culpable por eso. Desde luego que ser madre es muy gratificante, muchísimo, pero no es lo único que gratifica mi vida aunque sea lo más importante de ella. No sé si el símil es demasiado acertado pero, aunque me flipan los percebes, no estaría comiendo percebes todos los días a todas horas, no sé si me explico.
Yo, con lo que me descojono, es con lo de la conciliación. La conciliación, esa palabra con la que los políticos se llenan la boca, es el gol más grande que nos han colado, especialmente a las mujeres. ¿Conciliación? Si dejar a tu hijo con 4 meses en la guardería (o con la abuela, que para el caso lo mismo da) para irte a currar con la lengua fuera porque llegas tarde, encerrarte en la oficina durante 8 horas (y con jornada partida, claro) para salir a las 8 de la tarde y llegar a tu casa para encontrarte al niño con la canguro a punto para ir a dormir es conciliación, pues vale, conciliamos. Pero eso no es conciliar, eso es ir a trabajar y sentirte culpable a la vez. Culpable porque no ves al niño y porque lees cosas como que estás “criando mal” porque no pasas suficiente tiempo con tu hijo. Es muy guay. Pero luego sale el iluminado de Zapatero con su cheque bebé debajo del brazo y todos le hacemos la ola porque nos da 2.500 eurillos para “fomentar la natalidad”. Y nosotros contentos. Somos gilipollas y tenemos lo que nos merecemos. Que a las mujeres con hijos no se las contrata porque “faltan mucho a trabajar”, bueno, ¿y qué? Nosotros ya tenemos nuestros 2.500 euros en el bolsillo para el Bugaboo y el intercomunicador con cámara de rayos infrarrojos firmada por Spielberg. Lo mejor es que vinieron las vacas flacas y nos quedamos, de un día para el otro, sin los 2.500 euros y sin políticas reales de conciliación y de fomento a la natalidad. Es que la crisis es muy mala.
Pero por lo pronto es lo que hay. Los suecos y los finlandeses se lo montarán de fábula pero nosotros no somos ni suecos ni finlandeses, somos españolitos mediocres con la situación laboral que nos ha tocado y, como decía un profesor algo peculiar que tuve, con estos bueyes hay que arar. Padres e hijos vamos a tener que aprender a adaptarnos a la situación y, si los esquimales fueron capaces de adaptarse a vivir en el polo norte, con el frío que hace, seguro que nuestros hijos, tan calentitos, tan queridos y tan mimados crecerán sin desarrollar un trastorno ansioso depresivo en el futuro. A mí que venga un señor a decirme lo traumatizados que se van a quedar nuestro hijos porque nos vamos a trabajar cuando la gran mayoría de trabajadores no pueden hacer gran cosa al respecto me parece de muy poca ayuda, la verdad. Que le damos vueltas a todo, lo analizamos todo, nos culpabilizamos por todo y ya está bien. Pero toda la horda de hooligans incondicionales del gurú, si te permites la más leve crítica a sus sagradas escrituras, te miran con lástima y te dicen que él no te está llamando mala madre, que si tú te sientes así es porque sabes que, en el fondo, no lo estás haciendo bien y que tienes ahí un conflicto no resuelto.
No sé qué le afecta más a mi hígado, si los gurús o los borregos.



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